sábado, 24 de octubre de 2009

EL NIÑO VAMPIRO



El niño vampiro no quería comer. Ni le gustaba la sangre ni quería molestar a nadie dándoles mordisquitos en el cuello porque él era un niño muy educado y le gustaba pedir las cosas por favor. Pero sus papás le tenían dicho que eso no podía hacerlo porque nadie querría dejarse chupar la sangre y era necesario hacerlo por la noche y a escondidas.





Por eso el niño vampiro, aunque tenía mucha hambre, en vez de ir a buscar cuellos para morder prefería ir a mirar los escaparates de las fruterías porque le encantaban los vivos colores de tantas frutas como allí veía y se imaginaba que si su colores eran preciosos sus sabores aún debían ser mejores.

Una noche el frutero lo descubrió allí y viendo esa carita ilusionada le dio a probar unas cuantas frutas. El niño vampiro descubrió que le encantaban y se ofreció al frutero para ayudarle cada noche a colocar la fruta, ¡como él nunca dormía a esas horas!, a cambio de que le regalase esos tesoros de sabor y vitaminas.

-¡Trato hecho!, dijo el dueño de la frutería, ¡se me da fatal colocarla en los montones!

¿Y los papás del niño vampiro?, ¿estarían de acuerdo? Pues claro porque se habían dado cuenta de que desde que comía fruta estaba mucho más sano, alegre y lustroso y en los días de fiesta dejaban de ir a buscar cuellos que morder y le pedían a su hijo que les diese una rajita de sandía u unas pocas fresas de esas tan deliciosas que él comía.


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